Eduardo Jaudenes de Salazar (CEO de ARTEDEI)
Exposición en Casa de Vacas (Parque del Retiro, Madrid)
Hasta el último tercio del s. XIX, el papel del observador en la experiencia artística, era relativamente pasivo, limitado principalmente a reacciones de gusto y la evocación de emociones o sensaciones. La obra de arte se apreciaba de una manera más directa y personal, sin requerir una participación activa o un profundo cuestionamiento por parte del espectador. De este modo, con su énfasis en el buen gusto y las normas estéticas establecidas, a menudo reflejaba los valores y los intereses de las clases dominantes, perpetuando estructuras de poder y desigualdad.
La aparición de los primeros movimientos vanguardistas introdujeron nuevas formas de expresión y conceptos que desafiaban las convenciones establecidas del arte y, con ello, comenzaron a exigir un nuevo posicionamiento del espectador. Este cambio implica que el observador ya no es un mero receptor pasivo, sino un participante activo en el proceso de creación y comprensión del significado de la obra de arte.
Esta interacción activa entre el arte y el observador abre nuevos horizontes y provoca reflexiones, alineándose con la idea de Heidegger de que la obra de arte “abre mundo”. Este proceso de apertura y reflexión es lo que confiere a la obra su belleza, no solo desde una perspectiva estética, sino también cultural y filosófica.
La obra de arte se convierte así en un objeto cultural dinámico, no solo por reflejar el contexto de su época, sino también por su capacidad de transformarlo.
Nicolás Llorens Lebeau
Comisario
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