Eduardo Jáudenes de Salazar (CEO de MUSIKDEI)

En este primer concierto del año 2025 escuchamos a la Orquesta Sinfónica UPM que, dirigida por el maestro Pablo Puga, interpretaron tres espléndidas obras:
La primera de ellas, fue la «Pavana» de Fauré. Compositor francés que se caracteriza por su aroma melódico o «poder sutil».
En 1888, estrenó la versión orquestal de una pieza, que un año antes había compuesto para piano y voces. Era un pieza dulce y elegante que recordaba con propiedad la danza española de las cortes del siglo XVI. Esta obra orquestal, desde su estreno gozó de una inmensa popularidad. Actualmente se escucha como fondo musical en variados medios (televisión, cine, publicidad…) y abundan sus versiones cantadas, siendo la más popular la de Barbara Streisand.
A continuación, el doble concierto para violín, violonchelo y orquesta compuesto por Brahms durante el verano de 1887 en el lago de Thun (Viena), lugar de vacaciones del compositor, cuya grandiosidad y belleza le pudieron servir de fuente de inspiración.
Acompañando a la orquesta, Raquel Areal (violín) y Iago Domínguez (violonchelo).
Tras el descanso, una de las mejores obras de Beethoven, la sinfonía nº 7. Estrenada en Viena el 8 de diciembre de 1813 en un concierto benéfico para los soldados heridos en el frente. Dos meses antes se produjo la retirada de las tropas napoleónicas y se respiraba el júbilo por la liberación de la ocupación francesa en esa ciudad.
Obra en cuatro movimientos, siendo el segundo (Allegreto) el más popular. Su éxito instantáneo resultó en su frecuente representación separada del resto de la obra.
Si hay una sinfonía redonda, obra maestra porque ha adquirido su forma definitiva, porque no le falta ni le sobra nada, esa es la 7 Sinfonía de Beethoven.
Cuando Wagner la escuchó dijo: es la Sinfonía de la danza.
Era tan perfecta que Richard Wagner decidió dedicarse a componer óperas, ya que con esta sinfonía, se había llegado tan lejos, que no se podía superar, el sinfonismo había adquirido su calidad máxima, y para no superarlo, era mejor dedicarse a componer otro tipo de música que no fueran sinfonías.
Pablo Puga nos capto, con su dirección, desde el primer compás, nos elevo hasta levitar, haciéndonos ingrávidos y cuando bajo la batuta, todos al unísono, bajamos a la tierra, recuperando nuestra energía corpórea.
Todos los elementos de la obra permiten dejarnos llevar por la imaginación del autor, haciendo funcionar las neuronas espejo y creándose una comunicación entre la obra y los espectadores. Ese punto mágico de absorción del oyente que sólo las grandes interpretaciones consiguen, donde los espectadores se convierten en energía musical.
Beethoven no solo exige capacidad técnica para tocar unas notas difíciles sino una verdadera madurez de pensamiento, como las que tienen los interpretes de este soberbio concierto.
Al escuchar la 7ª de Beethoven, se produce la unión de lo más refinado del espíritu con lo más carnal y mundano, produciéndose un escalofrío que recorre el cuerpo, especialmente por toda la espalda, se une el amor con lo amado a través de la música.
La Orquesta Sinfónica de la UPM tocó muy bien y la música fluyó con vivacidad.
Las distintas familias orquestales: cuerdas, metal, percusión, viento, madera estuvieron perfectamente niveladas.
Delicada, cuidando los detalles, se lució plenamente.
Desprendió contagiosa fuerza, plena y poderosa.
Henchida de belleza, trasmitiendo emociones físicas.
Como afirmaba Beethoven: La música es una revelación más elevada que toda la sabiduría y la filosofía.
A propósito de Beethoven “El español”
Beethoven era llamado “El español” en Bonn. No por ser bajito, moreno y con “malas pulgas”, sino porque su abuela era española y se llamaba María Josefa Poll.
Su única opera se llama Fidelio y transcurre íntegramente en Sevilla.
Sus sobrinos, por voluntad del genial músico, fueron al colegio español de Viena.
Las canciones de Beethoven se engloban dentro del epígrafe Canciones españolas.
La casa donde muere, aún hoy se puede visitar en Viena, se llamaba la casa del español negro Swartispainierhaus porque allí vivían unos monjes que vestían de negro y eran españoles.
Beethoven festeja con los estudiantes la Victoria de Wellington de los españoles sobre los franceses.
A propósito de su “malas pulgas” hay una anécdota en el balneario de Teplitz, donde solía verse con Johann Goethe, apareció la Emperatriz de Austria con todo su séquito, al verla pasar, Goethe se aparta, quitándose el sombrero hace una reverencia y deja pasar a la Emperatriz, mientras que Beethoven se cala el sombrero y pasa de largo sin saludar. El escritor se puso bravo y le tildó de lacayo, mal educado y patán.
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