
© del texto y la foto Eduardo Jáudenes de Salazar (CEO de NEWSDEI)
Entrevista a Sam Peckinpah, por Eduardo Jáudenes de Salazar
Sam Peckinpah comenzó su carrera como guionista de televisión, pero con el ojo puesto en el cine, pues siempre sintió un odio visceral por la caja catódica, especialmente por los anuncios: “Jamás compro nada que se anuncie en televisión. Deberíamos ponernos todos de acuerdo para acabar con ellos. Habría que apagar el monitor en cuanto aparecen”.
Sin embargo, su debut en el cine no fue lo que se dice una grata experiencia. En Deadly Companions, el productor Mauren O’Hara estaba más preocupado por lanzar a su hermana al estrellato que por el resultado final del filme. “Es la menos mía de mis películas -sostiene Peckinpah-. Por eso nunca hablo de ella”.
Pudo resarcirse sin embargo con su segunda película, otro western, dejando bien clara su preferencia por el género (no en vano estaba llamado a convertirse en uno de sus más grandes y revolucionarios artífices): “Aunque en Duelo en la alta sierra hay elementos modernos, como un realismo del que carecían los clásicos, los protagonistas Joel McCrea y Randolph Scott ya habían realizado papeles de hombre serio el primero y desmadrado el segundo, y creo que eso ayudaba a resumir muy bien el western clásico”.
La fama de hombre tosco y violento siempre le acompañó. No sólo porque sus películas también son toscas y violentas (aunque empapadas de lirismo), sino porque varios enfrentamientos así lo certifican.
El autor de Pat Garret y Billy The Kid, uno de los cantos poéticos más contundentes al viejo Oeste, también es el hombre que pegó un puñetazo a un escritor que le pidió ayuda para escribir un libro sobre él y cuando estaba en el suelo, sangrando, le dijo: “Todo el que escriba sobre mí tiene que ser un hombre”. No en vano era nieto de un jefe indio.
En 1971, cuando Estados Unidos vivía bajo una atmósfera de inseguridad, protesta y violencia callejera, viajó a un pueblecito inglés a filmar Perros de paja, una de las películas más violentas de la historia del cine y sin duda una de las más emblemáticas del autor. Como David Sumner (Dustin Hoffman), a cualquiera de nosotros pueden obligarnos, víctimas de las circunstancias, a defendernos ferozmente.
Eduardo Jáudenes de Salazar: ¿Qué condiciones le pusieron para rodar Perros de Paja?
Sam Peckinpah: Fue un encargo, y como siempre ocurre en mis películas, con imposiciones. Me hicieron firmar que tendría un final feliz.
Yo elegí a Susan George para que interpretara a la esposa de Hoffman, y no le veía una salida posible al final feliz. Me había hundido yo mismo.
Un día Dustin se acercó a mi preocupado y me dijo que no podía terminar así la película. Yo le propuse otro final y es el que tiene. Susan George era muy carnal, muy coqueta. El final era absolutamente desolador. David Warner, el loco del pueblo, dice: “No sé dónde está mi casa”. Hoffman le contesta: “No se preocupe, yo tampoco”.
E.J.S.: En todas sus películas ha contado con menos libertad de la que hubiera deseado.
S.P.: Todas mis películas son hijos mutilados, ninguna de ellas la he rodado con entera libertad.
Cosa que hace que las quiera más, es como el padre que siente más afecto por los hijos enfermos que por los sanos.
Cuando me hablan por ejemplo de Mayor Dundee, siento ganas de asesinar… destrozaron esa película. Cuatro años más tarde me llamaron para volver a hacer las mezclas y el doblaje. Me negué en rotundo. Lo que allí me hicieron fue una canallada, una faena personal.
E.J.S.: ¿Nunca tomó represalias contra los productores?
S.P.: En Pat Garret demandé al productor por quitarme 16 minutos que destrozaron la película. Perdí tiempo y dinero. Pero cualquier cosa que haga es inútil, siempre acaban haciendo lo que les da la gana.
En Grupo salvaje únicamente vi ocho rollos de mi montaje, luego me lo quitaron de las manos. EMI se hizo cargo de ella. Esto me ha pasado mucho, como me paso del tiempo establecido, me las quitan, y la mitad de ellas ni las veo. El montaje final lo hace otro.
Pensé filmar sin claqueta como Welles, pero si lo hago así y no monto yo, es probable que el resultado sea aún peor y más grave el remedio que la enfermedad. Incluso llegué a considerar la idea de rodar como Hitchcock, que sólo rodaba desde un ángulo cada toma y así el montaje sólo se podía hacer de una forma establecida, pero yo no hago story board y además me gusta probar cosas e improvisar sobre la marcha.
E.J.S.: ¿Y nunca barajó la posibilidad de hacerse productor?
S.P.: Sí, me lo planteé seriamente, pero lo rechacé de pleno, pues es tan difícil ser productor como trabajar para otro productor, surgen problemas adicionales como los créditos, o los distribuidores que imponen ciertas cosas o actores. Por un lado se estarían resolviendo ciertos problemas y por otro surgirían nuevos, derivados de la financiación y distribución de recursos, sin erradicar el problema esencial que es el del control total de la película.
E.J.S.: Los personajes que ejercen la violencia en Perros de paja son muy distintos de los del resto de sus películas.
S.P.: Sí, la diferencia de Perros de paja con las otras es que en el resto de las películas los personajes están relacionados con la violencia de una u otra forma.
En La cruz de hierro, donde yo quería reflejar las consecuencias de la guerra, son militares. Por eso me recreo en el alemán que tenía la cara destrozada y los mutilados entre orgullosos y hundidos por su estado.
Allí una vez más el productor alemán me impuso obsesionado la secuencia en la que la prisionera rusa, mientras practica una felación al oficial alemán, le muerde el pene y se lo queda en la boca. Este hombre, rey del porno, quería un primer plano de ese momento.
En otras películas la violencia va con los personajes, como en Pat Garret, Mayor Dundee, Grupo salvaje, La huida… por las actividades o profesiones de los mismos, matones, policías, cazarecompensas, gángsters… mientras que en Perros de paja es la historia de una persona pacifica, casi una mosquita muerta, un matemático ajeno a la violencia en su profesión, que víctima de las circunstancias se ve convertido en un asesino múltiple. Es una tragedia de primer orden, los personajes se mueven impulsados por el destino como si fuesen marionetas.
E.J.S.: Perros de paja es, de sus películas, en la que hay menos humor
S.P.: Esa opinión es acertada. Humor negro casi siempre.
En La huida, que es una especie de parodia de cine negro, los personajes caen bien pues son unos malos muy débiles. La pareja ha sufrido unos golpes y vicisitudes enormes, al bajar del camión de la basura, todos sucios; él le da un manotazo a ella cuando se rasca y dice: “La vida es una broma”. Eso es exactamente lo que yo pienso de la vida.
Me gusta llegar al humor por los contrastes fuertes, por ejemplo, cuando me preguntan cuál es mi película favorita siempre digo: Emmanuel negra y Lo que el viento se llevó.
En las demás películas todos van detrás de un tesoro, para los personajes en Quiero la cabeza de Alfredo García, esa cabeza era como un tesoro. Esta película tiene el humor del que me gusta, muy desmadrado, surrealista. Incluso llegué, hacia la mitad de la película, a cambiar el tono, tomando un amarillo dominante, es como decir al espectador que a partir de ahí, puede ocurrir cualquier cosa, como si se tratase de un sueño. Esa era mi coartada para que todo se aceptase, el objeto del deseo es la propia cabeza de un hombre que va cambiando de manos, se conserva en hielo, metida en una bolsa y rodeada de moscas. Es, de mis películas, en las que hay más humor negro transmitido eficazmente al espectador, es como una broma pesada.
En Aristócratas del crimen me ocurre lo contrario, no supe transmitir eficazmente el humor a los espectadores, intenté hacer una película divertida y los espectadores se la tomaron en serio. No comprendo cómo pueden creerse tantas cosas absurdas que pasan ahí.
Sin embargo, como dice, en Perros de paja es donde hay menos sentido del humor, eso se debe a que los personajes así lo imponen por sí mismos, tanto Dustin como Susan son personajes para una tragedia, lo llevan escrito en la cara.
E.J.S.: ¿Redime moralmente al personaje que interpreta Hoffman en Perros de paja?
S.P.: Comparando la más moral de mis películas, es decir, La balada de Cable Houge, con Perros de paja, se puede decir que en Cable Hougue el hombre que se pasa toda la película intentando vengarse de los que le han abandonado, maltratado, pegado y robado, muere arrollado por un carro al querer salvar a sus agresores. No hay final más moral. Pero no es un guión mío, es de John Crawford y Ednund Penney.
En Perros de paja lo que existe es legítima defensa, repeler una agresión de quien te intenta matar, teniendo en cuenta que una de las partes es mucho más fuerte y abundante en número y la otra sólo cuenta con su ingenio. Se aplica por tanto una fuerza necesaria y proporcionada. David Sumner está salvado moralmente en su actuación violenta.
E.J.S.: Usted es el director de cine que mejor ha rodado la violencia a cámara lenta. ¿Le gusta regodearse en la representación de la violencia?
S.P.: Resulta efectista. Y yo hago el cine pensando en el público, tratando en todo momento, sobre todo en los violentos, de impresionar al espectador. El cine es un espectáculo y todo lo que contribuye a sobrecoger al espectador me interesa.
E.J.S.: ¿Qué aconsejaría a un joven que quiera hacer una película tan buena como Perros de paja?
S.P.: Muy sencillo: tener una buena historia, ir al productor adecuado, comenzar a engañar, mentir, defraudar y mucha constancia para seguir defraudando, mintiendo, engañando…
La entrevista fue publicada en el Cultural de El mundo
© Eduardo Jáudenes de Salazar
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