Eduardo Jáudenes de Salazar (CEO de LIBRODEI)
LA CASA DEL ABUELO es un libro de adquisición obligada para todos los amantes de la historia y la gastronomía.
Muy bien ideado, documentado y escrito por Daniel Waldburger Ruiz.
Escritor de gran precisión, sensibilidad y oficio.
Impecablemente editado.
Mereció la pena, sin lugar a dudas, editar y leer este libro.
No puede faltar en ninguna biblioteca que se precie.
La Casa del Abuelo, un libro que cuenta los inicios e historia de las tabernas y la vida en Madrid.
En esta apasionante historia literaria descubrimos cómo éramos hace más de 100 años, a través de personajes célebres, anécdotas y chascarrillos, y en lo que nos hemos convertido.
El reto es la felicidad. Estamos vivos para ello. Celebrémoslo leyendo este libro, comiendo en la Casa del Abuelo y bebiendo el vino dulce El Abuelo.
Parece que fue ayer cuando en 1906 el fundador de La Casa del Abuelo abría las puertas de su primera taberna en la calle Victoria 12: en pleno centro de Madrid. Nadie diría que han pasado 100 años desde entonces, sobre todo porque en nada ha cambiado. El tiempo no ha pasado por La Casa del Abuelo gracias a las 4 generaciones de una misma familia que ha querido respetar y mantener la autenticidad del negocio tratando, por muy curioso que parezca, de no evolucionar.
En sus primeros años, La Casa del Abuelo empezó a ser famosa por sus rosquillas y su vino dulce. También por el amor de los camareros al local, quienes a pesar de no superar los 13 años a veces llegaban a dormir allí.
Llegaron los años 20 y 30 y con ellos, la idea de su fundador de ofrecer bocadillos a sus clientes.
La Casa del Abuelo no sólo se convirtió en la primera taberna que vendía chorizo, anchoas o sobrasada dentro de un pan, sino que también consiguió algo mucho más difícil: vender más de 1.500 bocadillos en un solo día. Tan grande fue el éxito, que tuvieron que ampliar el horario abriendo de 9 a 3 de la mañana y ampliar la plantilla a 13 personas. Pero llegó la guerra civil. Y con ella la escasez de pan y el hambre. Había que reaccionar, por eso es en los años 40, época de posguerra, cuando sus dueños deciden introducir en el menú lo que más tarde se convertiría en el secreto de su éxito: las gambas. Por 1,60 pesetas te las preparaban a la plancha acompañadas de un vaso de vino. Se vendían solas. Más tarde, empezaron también a hacerlas al ajillo.
De una manera o de otra, su sabor era delicioso, tanto, que un día La Casa del Abuelo alcanzó la nada despreciable cifra récord de 306 kg de gambas a la plancha servidas en un solo día. Poco a poco, El Abuelo (como llamaba mucha gente al restaurante) empezó a ser conocido también fuera de España. Su fama llegaba tan lejos, que por sus puertas incluso empezaron a entrar políticos, actores o grandes escritores de la época. Famosos o no, todos los clientes de La Casa del Abuelo inculcaron a sus hijos la costumbre de ir a tomar el aperitivo allí, costumbre que se repitió generación tras generación y que hoy aún se mantiene: comer lo mismo, en el mismo lugar donde lo hicieron sus antepasados. Quizás sea ésa también una poderosa razón por la que la costumbre después de 100 años, sigue viva.
Desde 1906 manteniendo las tradiciones que tanto gustan a nuestros clientes
A falta de pan, buenas son gambas. Esto fue lo que pensó el dueño del Abuelo en 1939 cuando la harina escaseaba en medio del final de una guerra civil. Se fue al mercado de la puerta de Toledo y compró varios kilos de gambas. A 35 pesetas el kilo, obtuvo muy buenas respuestas de sus clientes, así que decidió seguir comprando gambas. Sin saberlo estaba dando lugar a otra tradición de La Casa del Abuelo: la de que dos empleados una vez al mes fueran al mercado a pasar horas escogiendo las mejores gambas de Huelva y de Melilla. Normalmente elegían gamba roja, pero alguna vez compraban gamba blanca. En cualquier caso, todas eran generosas en su tamaño y realmente jugosas. Después las trasladaban ellos mismos hasta la calle Victoria en cajas por kilos ayudados de unos carros de mano. Una vez allí las apilaban en una cámara congeladora llena de hielo picado también por ellos. Como lo hacían todo, decidieron que como no encontraban un buen proveedor de gambas peladas las pelarían ellos mismos. Tal vez esa sea también parte de su éxito. A la plancha o al ajillo, las gambas del Abuelo siguen enganchando a la gente como lo hacían hace ya más de 50 años.
El delicioso vino dulce El Abuelo.
El lugar de origen del famoso vino dulce de La Casa del Abuelo está en Alicante. Durante mucho tiempo, en el rótulo de la taberna figuraba otro nombre: La Alicantina. En la que también se despachaba vino blanco y moscatel, aunque ninguno de ellos obtuvo la fama que logró el de Alicante.
Todo empezó en los años 50, cuando el fundador de la taberna decidió irse hasta Alicante para comprar el mejor vino dulce. Patricio Ruiz -abuelo de los actuales dueños y verdadero amante del vino- decidió fabricarlo él mismo en sus propias bodegas. Obtuvo un vino dulce tan rico, que el público empezó a llamarlo cariñosamente vino El Abuelo. Tuvo tanto éxito, que incluso Patricio tuvo que ampliar en 1960 su bodega (La Cerca). En La Casa del Abuelo se embotellaba el vino tras mantenerlo en una cuba muy grande donde los mismos camareros (curiosamente) se encargaban de aportar la mistela al vino seco y remover y remover para evitar que se picara y conseguir el punto idóneo. En 1990 se retira el rótulo de La Alicantina del establecimiento para adoptar el nombre con el que el público tiempo atrás le había bautizado gracias a la fama de su vino: La Casa del Abuelo.
Un libro apasionante, te atrapa en las primeras líneas y no te deja hasta que no lo acabas.
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