BUERO VALLEJO

© del texto Eduardo Jáudenes de Salazar (CEO de NEWSDEI)

Quedé con Buero Vallejo en su casa del barrio de Salamanca de Madrid, me recibió en bata de cuadros con tonos grises y zapatillas y, como no, con pipa, nos sirviron cervezas y nos snacks, sentados cómodamente y sorbiendo la cerveza y comiendo los snacks comenzamos la entrevista

-¿Donde naces?

-En Guadalajara en 1916. Mi padre, Francisco, era un militar gaditano que enseñaba Cálculo en la Academia de Ingenieros de Guadalajara; mi madre, María Cruz, era de Taracena (Guadalajara). Mi hermano mayor Francisco nació en 1911 y mi hermana pequeña Carmen en 1926.

-¿Podrías hacerme una breve reseña biográfica?

-Toda mi infancia la pase en La Alcarria, salvo dos años (1927-1928) que vivi en Larache (Marruecos), donde había sido destinado mi padre. Me aficioné a la lectura en la gran biblioteca de mi padre y también a la música y a la pintura: desde los cuatro años dibujaba incansablemente. Mi padre me llevaba habitualmente al teatro y a los nueve años ya dirigía representaciones en un teatrillo de juguete. Estudié Bachillerato en Guadalajara (1926-1933) y se despertó mi interés por las cuestiones filosóficas, científicas y sociales. En 1932 recibí un premio literario para alumnos de enseñanzas medias y Magisterio por la narración El único hombre, que no se editó hasta 2001. Comenzé a escribir unas Confesiones que luego destrui. En 1934, mi familia se trasladó a Madrid, donde ingresé en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, alternando las clases con mi asistencia al teatro y la lectura.

Al comenzar la Guerra Civil quise alistarme como voluntario, pero mi padre me lo impidió.

Mi padre era militar, fue detenido y fusilado por los republicanos el 7 de diciembre de 1936.

En 1937 fui llamado a filas y me incorporé a un batallón de infantería, colaborando con dibujos y escritos en La Voz de la Sanidad y en otras actividades culturales. En Benicasim conocí a Miguel Hernández.

Al finalizar la guerra, me encontraba en la Jefatura de Sanidad de Valencia, donde me recluí unos días en la plaza de toros.​ Después, pasé un mes en el campo de concentración de Soneja, en la provincia de Castellón, y finalmente me dejaron volver a su lugar de residencia con orden de presentarme a las autoridades, orden que no cumplí. Comence a trabajar en la reorganización del Partido Comunista, al cual me había afiliado durante la contienda y de cuya militancia me fui alejando años después.

Fui detenido en mayo o junio de 1939 y condenado a muerte con otros compañeros por «adhesión a la rebelión». Tras ocho meses, se me conmutó la pena por otra de treinta años. Pasé por diversas cárceles…

-¿El famoso retrato que hiciste a Miguel Hernández como y donde lo haces?

-En la carcel de Conde de Toreno donde permanecí año y medio. Allí dibujé un famoso retrato de Miguel Hernández, ampliamente reproducido, –cuyo original conservan los herederos de Miguel Hernández– y ayudó en un intento de fuga que me inspiró más tarde ciertos aspectos de La Fundación.

-Conociste casi todas las cárceles de España

-En la de Yeserías apenas estuve mes y medio, unos tres años en El Dueso y otro más en la prisión de Santa Rita. Escribií sobre pintura e hice cientos de retratos de mis compañeros, entablando muy buenas amistades con algunos de ellos y manteniendo contacto tras mi salida de prisión. Salí del penal de Ocaña en libertad condicional, aunque desterrado de Madrid, a principios de marzo de 1946. Fijé su residencia en Carabanchel Bajo y me hice socio del Ateneo; publicaba dibujos en revistas, pero ya me atrae más la escritura narrativa y, finalmente, la dramática.

-¿Tu trabajo como dramaturgo como empezó?

-Mi primer drama lo escribí sobre la ceguera, En la ardiente oscuridad, en una semana del mes de agosto de 1946, e Historia despiadada y Otro juicio de Salomón en 1948 (obras que después destruí y no se han conservado). Entre 1947 y 1948 escribí Historia de una escalera, inicialmente llamada La escalera. Se presentó al premio Lope de Vega, que ganó con Historia de una escalera, cuyo estreno en octubre de 1949 tuvo tal éxito que me consagró para siempre entre crítica y público. Ese mismo año gané también el premio de la Asociación de amigos de los Quintero con la pieza en un acto: Las palabras en la arena. Publique y estrené de forma constante en Madrid e Historia de una escalera fue llevada al cine por Ignacio F. Iquino.

En la década de 1950 estrené La tejedora de sueños, La señal que se espera, Casi un cuento de hadas, Madrugada, Irene, o el tesoro, Hoy es fiesta y mi primer drama histórico, Un soñador para un pueblo. Empezaron a representarse mis obras en el extranjero, como Historia de una escalera en México (marzo de 1950) y En la ardiente oscuridad en Santa Bárbara, California (diciembre de 1952).

En 1954 se prohibió el estreno de Aventura en lo gris. Al año siguiente apareció en el diario Informaciones «Don Homobono», irónico artículo contra la censura. También se prohibió la representación de El puente, de Carlos Gorostiza, cuya versión había realizado yo. Escribí Una extraña armonía, que no llegó a estrenarse ni se publicó hasta que se edito mi Obra Completa. En el número 1 de la revista Primer Acto publiqué el artículo «El teatro de Buero Vallejo visto por Buero Vallejo». Se publicó mi ensayo sobre «La tragedia».

-¿Qué nos puedes contar de tu familia?

En 1959 me casé con la actriz Victoria Rodríguez (fallecida en 2003)​  con la que tuve dos hijos: Carlos, que nació al año siguiente, y Enrique, nacido en 1961, y fallecido en 1986 en un accidente de tráfico.

-¿Estrenas muchas obras más antes de Las Meninas, tu obra más vista?

-En la década de 1960 conseguí estrenar parte de mis piezas a pesar de la censura: El concierto de San Ovidio, Aventura en lo gris, El tragaluz y mis versiones de Hamlet, príncipe de Dinamarca, de Shakespeare y Madre Coraje y sus hijos, de Bertolt Brecht. Dirigida por José Tamayo Rivas, estrené Las Meninas, que fue mi mayor éxito desde Historia de una escalera. Tuvo lugar entonces la polémica entre el teatro del posibilismo y el del imposibilismo que mantuve con Alfonso Sastre en las páginas de Primer acto. En este año publique «Un poema y un recuerdo», temprano artículo sobre Miguel Hernández. En 1963 se me propuso la incorporación al Consejo Superior de Teatro, pero renuncié a ello.

-Firmaste una carta sobre unos mineros

Sí junto con otros cien intelectuales, encabezados por José Bergamín, firmamos una carta dirigida al ministro de Información y Turismo solicitando explicaciones sobre el trato dado por la policía a algunos mineros asturianos, lo que me acarreó el distanciamiento de editores y empresas. En 1964 la censura prohibió La doble historia del doctor Valmy, un alegato contra la tortura, que permaneció sin representarse en España hasta 1976, pasada la dictadura.​ No volví a estrenar hasta 1967, en el teatro Bellas Artes y bajo la dirección de José Tamayo, El tragaluz, la primera obra de teatro bajo el franquismo en la que se hacía una referencia directa a la Guerra Civil, y que obtuvo un enorme éxito. Simultáneamente, se reestrenó por primera vez Historia de una escalera (que volvería a las tablas en un montaje del Centro Dramático Nacional en 2003).

-También formas parte de la Real Academia Española.

Sí, fui nombrado miembro de número de la Real Academia Española en 1971, ocupando el sillón X, del cual tomé posesión el 22 de mayo de 1972 con un discurso que versó sobre García Lorca ante el esperpento​. Fuí galardonado con el Premio Cervantes en 1986 y el Premio Nacional de las Letras Españolas en 1996.

-¿Cuales son las constantes de tu obra?

-El tema común que liga toda mi producción es la tragedia del individuo, analizada desde un punto de vista social, ético y moral. Los principales problemas que angustian al hombre se apuntan ya en mi primera obra, En la ardiente oscuridad, y continúan en obras posteriores.

-¿Cómo son los personajes de tus obras?

-Suelen coincidir en mis personajes las siguientes características:

Presentan alguna tara física o psíquica.

No se reducen a simples esquemas o símbolos. Son personajes con caracteres complejos que experimentan un proceso de transformación a lo largo de la obra.

Yo distinguiría entre los personajes activos y contemplativos. Los primeros carecen de escrúpulos y actúan movidos por el egoísmo o por sus bajos instintos, y, llegado el caso, no dudan en ser crueles o violentos si con ello consiguen sus objetivos. No son personajes malos; la distinción maniquea entre buenos y malos no tiene cabida en mi teatro. Los contemplativos se sienten angustiados. El mundo en que viven es demasiado pequeño. Se mueven en un universo cerrado a la esperanza. A pesar de ser conscientes de sus limitaciones, sueñan un imposible, están irremediablemente abocados al fracaso. Nunca ven materializados sus deseos.

-¿Cómo calificarías tu teatro?

-Simbolista, teatro de crítica social y dramas históricos.

Teatro simbolista es En la ardiente oscuridad representa el crudo enfrentamiento con una realidad que no puede escamotearse ni disfrazarse. A través de la tara física de la ceguera,  simbolizo las limitaciones humanas. Así, es símbolo de la imperfección, de la carencia de libertad para comprender el misterio de nuestro ser y de nuestro destino en el mundo. El hombre no es libre porque no puede conocer el misterio que le rodea.

El tema del misterio predomina en otras obras, también de corte simbolista: La tejedora de sueños, recreación del mito de Ulises y Penélope; Irene, o el tesoro, análisis del desdoblamiento de la realidad.

La crítica social analizo la sociedad española con todas sus injusticias, mentiras y violencias. Pertenecen a este grupo: Historia de una escalera, Las cartas boca abajo y El tragaluz.

Historia de una escalera, que obtuvo en 1948 el premio Lope de Vega, es posiblemente una de las obras más importantes del teatro de esta época por su carácter trágico y por la denuncia de las condiciones sociales de vida. La obra causó gran impacto por su realismo y contenido social. En ella planteo la imposibilidad de algunos individuos de mejorar materialmente debido a la situación social y a la falta de voluntad.

El tragaluz, como casi todas mis obras, comienza de manera aparentemente anodina, contando la historia de una familia, pero luego se vuelca hacia un relato el cual, tanto por el fondo como por la forma (y siempre con la sutileza necesaria para esquivar a la censura), constituye un ataque en toda la línea de flotación al franquismo y a su obsesión por influir nuestra visión tanto de la historia pasada como futura. Su trama es aparentemente simple y su lectura muy fácil pero, sin embargo, en cuanto uno empieza a escarbar encuentra cinco o seis niveles de mensajes, todos potentísimos, e impactantes. Todos esos mensajes, en la época en la cual fue escrita (postrimerías del franquismo), se entendían sin necesidad de decir nada. Hoy, para comprenderlos, muchas veces deben ser contextualizados.

Dramas históricos. En estos dramas, tomo los materiales del pasado histórico como trampolín o espejo y como mina de significaciones cara al presente y como «modelos» en el sentido que la sociología da al vocablo.

Pertenecen a este grupo Un soñador para un pueblo, Las Meninas, El concierto de San Ovidio y El sueño de la razón.

Un soñador para un pueblo relata el fracaso de un hombre empeñado en mejorar la vida de un pueblo. El protagonista, Esquilache, ha de enfrentarse a todo el sistema, pues la política que pretende imponer no cuenta con el apoyo popular. Pero en realidad, la oposición a su política no procede del mismo pueblo, sino de un tercer poder, que, oculto, mina las mejoras de vida. Al final, Esquilache se sacrifica: renuncia a su cargo y marcha al exilio.

El concierto de San Ovidio, Parábola en tres actos se estrenó en 1962. A partir de un grabado que representa el espectáculo de la orquestina de ciegos del Hospicio de los Quince Veintes, realizado en septiembre de 1771, reconstruyo un drama en el que aflora lo grotesco, la injusticia y la falta de ética. Los temas son la explotación del hombre por el hombre y la lucha del hombre por su libertad.

El sueño de la razón. La obra se sitúa en el Madrid de 1823, durante la ola de terror desencadenada por Fernando VII en su lucha contra los liberales. El protagonista es Francisco de Goya. A través de la sordera de este personaje —de nuevo una tara física—, Buero simboliza la incapacidad de algunos para oír el sentido de la realidad.

Entre mis últimos títulos figuran Caimán (1981), Diálogo secreto (1984) y Lázaro en el laberinto (1986).

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